CUENTOS COMPLETOS
Editorial Arca
PRÓLOGO
1. RENOVACIÓN Y TRADICIONALISMO
Hacia 1920, tras la primera guerra mundial, y cuando ya el
modernismo literario había agotado sus posibilidades creadoras, se inició en el
Uruguay, sincrónicamente con todo el resto de América, un movimiento cultural
cuyo signo saliente era la concentración sobre lo nacional, pero realizándola
en lo que al arte y la literatura se refiere, con un afán de innovación que
obligaba a eludir los modos ya usados para enfrentar la realidad.
Esquemáticamente, puede afirmarse que renovación y tradicionalismo son los
términos en apariencia antagónicos en que se cifran las aspiraciones creadoras
de esos años. Es la hora de la vanguardia: los dioses del momento son lo nuevo,
lo estridente, lo que tiene apariencia de hecho vital o estético inédito. Es
también curiosa, paradójicamente, la hora de un reencuentro con la tierra, con
un sentido y sentimiento telúrico de la vida, con los motivos tradicionales
criollos. Las literaturas europeas de vanguardia, que saludaba exultante Guillermo
de Torre, son las banderas que izan los poetas del momento, pero ello no impide
la concentración del interés sobre lo nativo. En el calor de la propia sangre
se busca el calor de la sangre del indio y del gaucho. El paisaje nativo —ríos,
cuchillas, quebradas sustituye las Arcadias modernistas. La guitarra es el
instrumento musical donde es posible hallar el mejor eco de las íntimas
armonías. Se
descubre el valor estético del rancho. Se buscan, en fin,
raíces. De ahí que el quehacer creador de las figuras más importantes de esos
años sea un quehacer ambivalente: es, por una parte, un acto estético, y por
otra, un acto de radicación nacional, porque tanto como a la concreción de un
objeto bello, el creador tiende con su creación a consolidar la vivencia de una
conciencia colectiva y contribuir al conocimiento e interpretación de lo que se
siente como sustancia nacional.
En pintura, el movimiento estético de que se trata halló su
más alta expresión en la obra de Pedro Figari y José Cúneo, con sus gauchos y
candombes el primero y sus lunas el segundo; en música fue canalizado, entre
otros, por Eduardo Fabini y Luis Cluzeau Mortet; en poesía produce la eclosión
del nativismo poético de Fernán Silva Valdés queda, en 1921, su Agua del tiempo, y del gauchismo cósmico
de Pedro Leandro Ipuche, que publica en 1922 su Alas nuevas; en narrativa, el movimiento halla expresión a través
de un conjunto amplio de autores. Todos ellos -y a pesar de que cada uno
muestra una personalidad bien definida y diferenciada en sus trazos creadores-
están movidos por la común aspiración que he sintetizado con los términos
renovación y tradicionalismo.
El mundo narrativo creado por Francisco Espínola
(1901-1973), cuya primera manifestación pública fue un cuento, "Visita de
duelo", escrito en 1922, se inscribe en sus líneas generales, dentro de
las coordenadas culturales detalladas en las líneas que anteceden. Pero ese
mundo narrativo, elaborado morosa y lúcidamente, es, aunque no
muy extenso, sí muy intenso y complejo y describe una parábola
creadora en la que es perceptible la presencia de una matizada gama de
entonaciones narrativas. El orbe narrativo constituido por la mayoría de los
cuentos del primer libro del autor, Raza
ciega (Montevideo Buenos Aires, La Cruz del Sur, 1926), y el que se hace
presente en su novela Sombras sobre la
tierra (Montevideo - Buenos Aires, Sociedad de Amigos del Libro
Rioplatense, 1933), muestran, aunque sin destruir la sustancial unidad de la
obra total, diferencias notorias. Como las hay entre la novela y los cuentos
mencionados y su novela póstuma, Don
Juan, el Zorro (Montevideo, ARCA Editorial S.R.L., 1984).
Considerada en su conjunto, y aunque inscripta siempre
dentro de las coordenadas culturales expuestas, la creación narrativa de
Francisco Espínola puede concebirse como formada por tres círculos
concéntricos, cada uno de los cuales constituye un mundo narrativo con su
motivación y temperatura propias, pero de tal modo comunicantes
entre sí que el primero se amplía en el segundo y el segundo
en el tercero, que reabsorbe en sí a los otros dos. El conjunto es, pues, un
todo unitario no obstante las diferencias perceptibles entre cada una de estas
tres zonas de creación. Los apuntes que siguen se proponen subrayar algunos
-sólo algunos- de los trazos caracterizantes de esos tres ámbitos creadores así
como las líneas que, a pesar de sus matizaciones diversas, les confieren
unidad.
2. PRIMITIVISMO CON SIGNO TRAGICO
El primero de estos tres círculos se integra con los cuentos
de Raza ciega (ciega ¿porque aún se
ignora a sí misma o porque representa al hombre trágico encandilado por el
resplandor de una bárbara fatalidad enceguecedora?), con excepción de uno,
"Lo inefable", que difiere notablemente de los otros ocho, en lo que
se refiere a ambiente, tema y personajes, y que según me manifestó el propio
Espínola en alguna oportunidad, no estaba inicialmente destinado a formar parte
del libro.
Los personajes de este primer círculo o mundo narrativo son
seres rudos; por momentos, casi bárbaros. Exagerando un poco, se podría afirmar
que más que conciencias son fuerzas de la naturaleza. Pero con estos seres, en
los que es presumible un teclado sicológico muy reducido, el narrador construye
personajes desgarradoramente complejos y hondos. Porque logra descubrir -o
introducir- en ellos problemas de carácter ético. Y lo logra -y en esto
consiste su hazaña literaria- sin
descomponerlos ni falsearlos. Es decir: sin que ese elemento
ético aparezca como arbitrariamente sobrepuesto por el narrador. Espínola hace
sentir que esos impulsos de carácter moral surgen del fondo del alma de sus
personajes no como consecuencia de una deliberación reflexiva sino con la
espontánea impetuosidad de fuerzas naturales.
Esto es bien evidente cuando esos personajes (y lo hacen frecuentemente)
se ensimisman; ese ensimismamiento no consiste en una actividad pensante o
conceptualizadora, que sería contradictoria con la índole de esos agonistas,
sino en un hundirse dentro de sí mismos para hallar allí recuerdos o
sentimientos crecidos desde lo más hondo de sus propias vidas. A este primer
rasgo se agrega otro: son almas primitivas, sí, pero además son almas de
dimensión trágica. En el fondo del alma de esos personajes batallan fuerzas
antagónicas, dándose en elfos, pues, esa agonía (etimológicamente: lucha) que
desgarra el ser y constituye, según el pensar de don Miguel de Unamuno, el
origen de lo trágico. Los dos rasgos señalados permiten afirmar que este primer
círculo de la creación espinoliana admite ser definido como mundo
primitivo de signo trágico. Un solo cuento, "El hombre
pálido", puede ejemplificar suficientemente las afirmaciones que
anteceden. El protagonista, en efecto, vive una de esas situaciones en que el
Bien y el Mal se hallan entrelazados inextricablemente, promoviendo en lo hondo
de su intimidad impulsos contradictorios. Porque el hombre pálido para hacer el
Bien: evitar que Elvira y su madre sean asesinadas y posiblemente
violada la primera, debe incurrir en el Mal: matar al negro,
hasta entonces su amigo y cómplice. De ahí que "El hombre pálido" sea
un cuento paradigmáticamente representativo de los cuentos espinolianos de
dimensión trágica. Porque la esencia de lo trágico consiste en verse alguien
obligado a optar inexorablemente por una de dos opciones igualmente negativas y
es esa la situación en que se encuentra el protagonista del cuento: o mata a su
cómplice, incurriendo en una forma del Mal, o incurre en otra, dejando que el
negro cumpla con sus propósitos criminales. Su decisión está fatalizada entre
una de esas dos opciones. Carece de una tercera posibilidad. Es preciso agregar
que ya desde el comienzo del cuento el protagonista vive una situación íntima
en que se entrelazan dos fuerzas contradictorias: el intenso impulso erótico
que despierta en él la visión de Elvira y el sentimiento casi angélico en que
ese impulso deviene.
En el prólogo de la primera edición de Raza ciega, Pedro
Leandro Ipuche afirma que "acusar a Espínola de mancilla verbal y
truculencia dramática, es como acusar a Dios porque derramó las piedras, las
aguas, las estrellas, los árboles, las fieras y los hombres." Estas
palabras son completadas por estas otras, lúcidamente expresivas del contenido
trágico de Raza ciega: "Espínola
hace sentir a Esquilo; a un Esquilo que algunos adivinan en su arregosto
silvestre y primitivo." Pero este signo trágico no impide que en los
cuentos de Raza ciega aparezcan,
estupendamente armonizados con la atmósfera esquiliana subrayada por Ipuche,
toques de gracia y humor colocados, incluso, dentro de situaciones intensamente
dramáticas, aunque sin destruir su dramatismo; del mismo modo, algunos de sus
personajes, de rasgos tan primitivamente bárbaros, muestran paradojalmente,
trazos que revelan una raíz angélica soterraña. Esta fusión de lo bárbaro y lo
angélico y de lo trágico y lo humorístico, confieren a este mundo narrativo una
complejidad y hondura estéticas y humanas excepcionales. Esto fue visto
tempranamente, apenas cuatro años después de publicado el libro, por Carlos
Reyles, quien en su conferencia "El nuevo sentido de la narración
gauchesca", publicada en Historia sintética de la literatura uruguaya
(Montevideo, 1931) e irradiada en el año anterior por las ondas del SODRE,
señaló que lo que en los cuentos de Raza ciega
puede parecer simple es siempre un compuesto complejo y
sutil, agregando luego, certeramente, que es "otro rasgo típico de
Espínola el pergeñar sus narraciones con los elementos más heteróclitos y
antagónicos, mostrándonos por ese arte la enredada urdimbre hasta de los
sentimientos primarios. Tragedia, danza, saínete, escenas costumbristas y
escenas macabras se funden, sin disonancias, en el mismo cuento".
Con esta técnica tan evidentemente en consonancia con su
personal intuición de la vida, elaboró Espínola los cuentos de su primer libro,
todos ellos verdaderos alardes de maestría narrativa. En todos se revela pareja
hondura de visión humana y una idéntica sabiduría en el arte de componer
narrativamente con milimétrica precisión. Son cuentos sinfónicos. Tanto por la
variedad de elementos que conjugan, combinando tragedia y humor, primitivismo y
delicadeza, como por la intensidad con que se penetra en esas almas primarias
y, sin embargo, tan hondas. Los cuentos componen un conjunto de personajes
(recuérdense, entre otros, el hombre de la cara pálida, el negro Jacinto,
Juana, Ignacio, Vicente, María del Carmen, Rudecindo, don Frutos Pareja)
realmente inolvidables. Ellos alían, en feliz conjunción, lo esencial y
primordial humano con la entonación rioplatense con que esa esencia universal
se expresa. Porque si bien, por una parte, los cuentos del libro ponen ante los
ojos la imagen del hombre universal enfrentado con un destino trágico, logran
por otra, poner al aire las soterradas raíces de lo rioplatense. Raíces no
fácilmente definibles pero siempre claramente intuibles.
3. UN MUNDO FRONTERIZO DE SIGNO EXISTENCIAL
El segundo círculo está formado por "Lo inefable"
(1926), "El rapto" (1926), “Los cinco" (1933), "
¡Quélástima!" (1936), "Rancho en la noche "(1936), "Las
ratas" (1936), cuentos, y la novela Sombras sobre la tierra (1933). Los
protagonistas de este segundo grupo no son ya seres casi bárbaramente
primitivos, ni los habitantes de una campaña
también casi primitiva, sino seres radicados en el pueblo o
sus suburbios. Sicológicamente pueden ser definidos (salvo algunas pocas
excepciones, como el Juan Carlos de Sombras
sobre la tierra) como seres fronterizos entre el mundo de la naturaleza y
el de la civilización. Son seres contaminados —sin darle sentido peyorativo a
este término-de cultura. Recuérdese (y es un punto que podría dar lugar a
amplios
desarrollos) que los personajes de la citada novela, aun
entre los más desamparados, no ignoran el mundo de los libros. En una escena,
Bonifacio, un gigantón casi analfabeto protesta contra el oprimente orden
social y clama: —" ¡Y hasta queremos ser buenos, queremos querer y no
sabemos cómo! ¿eh? ¿Quién lo explica? No ustedes, que son una manga de
animales, pero otros... ¿Por qué no hablan los que son inteligentes, los que
leen libros, eh?" Y luego agrega: - "En algún libro debe estar todo
eso. Y si no está, ¿pa qué sirven los libros?"
Estos personajes no son, pues, y la cita transcripta lo
confirma, fuerzas elementales de la naturaleza sino conciencias reflexivas.
Todos, en mayor o menor grado, bucean en lo hondo de sí mismos, buscándole un
sentido a la vida (o, dicho quizás más exactamente, a sus propias vidas). Como
ese sentido no lo pueden hallar en una afirmación conceptual, lo proyectan en
un ansia de evasión hacia un mundo mejor que entrevén imprecisamente. En
"¡Qué Lástima!", por ejemplo, la evasión consiste en buscar una
angélica fraternidad arrolladora; en "Los cinco" y "Rancho en la
noche", esa evasión está en la delicia de sentirse otros, haciendo casi
real la máscara carnavelera. Esta oscilación entre mundo real y ensoñación de
un mundo mejor, genera en todos algún modo de la angustia existencial, bien
visible en Sombra sobre la tierra,
novela que, como fue señalado por Alvaro Figueredo está toda recorrida por un
trémolo metafísico. Es necesario anotar que ese trémolo metafísico resuena con
distinto diapasón en los diferentes personajes. Si atendemos a Juan Carlos, el
personaje eje de la novela.
Sombras sobre la tierra es, efectivamente, "una
Desolación, con mayúscula", como ha afimado el mismo Espínola (El País,
Página de Arte y Cultura, 21-1-62). Porque Juan Carlos disuelve su vida en una
angustia existencial que no halla cauce seguro ni en lo humano puro ni en lo
trascendente: su amor y su piedad bracean inútilmente sin convertirse en fuerza
creadora (de ahí sus reincidencias en modos de la crueldad por los que luego
sufre como devorado por el remordimiento); parece no creer en una posible
redención social de los desamparados (aunque por instantes la entrevea); parece
igualmente despojado de Dios, aunque sueña con un Dios-testigo "de lo que
no sale de nosotros" y nos ahoga. Pero toda esta desolada angustia
existencial que para ser evidenciada totalmente requeriría un análisis
sutilizado, tiene una contrapartida en los personajes que forman el coro -coro
tan importante como el protagonista- de la novela. Ellos, los más humildes,
entrevén un trasmundo mejor en el que se afianza la fe que llevan en lo
subterráneo de sus almas. Por eso ellos -Manuel Benítez, el indio Bonifacio,
Carlín, Juan Gamarra, el viejo Mangunga, la Nena y tantos otros tienen un más
auténtico, aunque más oculto, espíritu de caridad que Juan Carlos. Almas
inocentes, padecen con ingenua espontaneidad su angustia y añoran con igual
ingenuidad algo que
entrevén más allá de sus vidas. La angustia existencial de
Juan Carlos se estrangula a sí misma y deviene infecunda (¿será porque "la
inteligencia es un pérfido agente de destrucción", según se pregunta en
una oportunidad el personaje?). En cambio, intuimos que en los otros personajes
en la mayoría de ellos, por lo menos la angustia, para
hacerse creadora, sólo hubiera requerido circunstancias
sociales propicias Este segundo circulo constituye un mundo fronterizo de signo
existencial.
4. LO POPULAR TRADICIONAL POETIZADO
El tercer círculo se integra con una novela para niños, Saltoncito (Montevideo, Impresora
Uruguaya S. A., 1930), dos cuentos, "El milagro del hermano
Simplicio" (1933) y "Rodríguez" (1958), y la ya citada novela Don Juan, el Zorro. El rasgo fundamental
que diferencia este tercer circulo de los dos anteriores se halla en que en
éstos, se acentúa la perspectiva realista, mientras que en
aquél, aunque sin perder contacto con la realidad, se acentúa la perspectiva
desrealizadora. Tienen, además, en su mayoría, origen en motivos populares
tradicionales. Por este motivo, el mundo narrativo configurado por este tercer
círculo, puede caracterizarse como mundo tradicional de signo poético. Es
necesario, ahora, destacar que entre esos cuatro textos hay perceptibles
diferencias que provienen de la distinta densidad con que en cada uno se
utiliza la materia tradicional que lo compone, de la diferente manera de
tratarla y, especialmente, de la diversidad de los recursos de desrealización
poetizadora empleados en su elaboración. Entrar en el análisis de esas
condicionantes diferenciadoras exigiría amplio espacio y no se realizará aquí.
Las líneas que siguen sólo intentan delinear esquemáticamente algunos perfiles
de esos cuatro textos.
Saltoncito es, sin
lugar a dudas, en el Uruguay, un clásico de la literatura para niños pero, como
toda la literatura destinada a los niños cuando es realmente valedera,
Saltoncito interesa también a los mayores y, en verdad, se integra sin esfuerzo
al mundo narrativo espinoliano. Aunque en distinta clave, para adaptarlos a la
mentalidad infantil, los personajes de la novela muestran rasgos
característicos de los demás personajes del orbe narrativo del creador de Raza ciega.
Es significativo el hecho de que los protagonistas de
Saltoncito sean sapos. Recuérdese que el sapo es generalmente visto (una
excepción: Juan Zorrilla de San Martín, que le dedica, en El Sermón de la paz,
una espléndida página en que lo poetiza) como un animal feo e incluso repulsivo.
La elección de estos animales para protagonizar su novela para niños, pone de
manifiesto la solidaridad por los desamparados presente en toda la obra
narrativa de Espínola. Esta novela para niños es, por lo demás, un prodigio de
ternura y poesía. Idénticas cualidades y calidades son visibles en "El
milagro del hermano Simplicio". El protagonista de este cuento es, como
otros muchos de los creados por el autor, en un alma angélicamente inocente
que, impensadamente, se halla de pronto posesionado por lo inefable al buscar,
aunque dentro del mundo cotidiano, una vía de evasión hacia lo maravilloso. Y
el milagro que logra, como lo comprobará el lector al acceder al cuento, es tan
estupendamente simple como candida es el alma
del protagonista. Tan cándidamente inocente que ni siquiera
adquiere conciencia del milagro realizado. En cuanto a "Rodríguez",
(que, a pesar de su brevedad, debe estimarse como una de las obras maestras de
la narrativa uruguaya) es una sorprendente, por lo natural, alianza del mundo
real y sobrenatural. Como en algunos cuentos populares, ambos planos se
fusionan sin solución de continuidad, creando un clima poético en cuya
elaboración son factores esenciales el humor y la gracia. El cuento es, además,
un prodigio de síntesis: pocas veces, si alguna, se habrán levantado tan
enteros dos personajes y se habrán integrado mayor cantidad de elementos en tan
pocas páginas. El cuento haría desde este punto de vista, la delicia de quien
lo estudiara desde una perspectiva estructural. Párrafo aparte requiere Don Juan, el Zorro, que es una estupenda
culminación del arte narrativo del autor de Sombras
sobre la tierra.
En Don Juan, el Zorro,
Espínola realiza espléndidamente el doble propósito, ya señalado, visible a lo
largo de toda su creación narrativa: apresar y expresar las esencias del alma
nacional; trascender, por la calidad de la realización estética, lo regional,
no dejándose apresar, pese a la intención indicada en primer término, por los
aceros del simple pintoresquismo localista. Es significativo, y debe en
consecuencia no olvidarse, que Espínola siempre llamó "poema" y no
"novela" a Don Juan, el Zorro.
Dato que, por otra parte, confirma el "signo poético" que en estas
paginas se ha atribuido al tercer círculo de su creación narrativa. Se trata,
en efecto, de un verdadero poema épico en prosa, aunque no elude, al igual que
las otras creaciones espinolianas, las situaciones de sesgo humorístico, las
cuales a su vez, no impiden que en algunas páginas del poema corra una profunda
veta de aliento trágico. Esta creación tan personal se nutre del estupendo orbe
imaginario creado por el pueblo en torno a la figura del zorro, pero Espínola,
genialmente, transforma las esencias originales y, sin desvirtuarlas, les
confiere nuevo y más amplio sentido y contenido. El zorro de las leyendas
populares, por ejemplo, cuya picardía es tan grande como su astucia, se
convierte, sin ser, sin embargo, desvirtuado, en un paladín de los perseguidos
y en representante paradigmático de los hombres libres. Con lo que, notoriamente,
adquiere un sentido ético que le otorga perfiles que en la saga popular están,
si acaso, apenas insinuados. Su picardía se hace así heroicidad. Todos los
animales que protagonizan el poema se ubican en un plano ideal, intermedio
entre lo humano y lo animal, y las figuras son, así, auténtica creación de
fauna imaginaria. Tienen del mundo humano la forma de actuar, del mundo animal,
el rasgo caracterizante de los animales de la campaña uruguaya. Este carácter
fronterizo les confiere insuperable gracia estética y, además, valor representativo:
todos los personajes son verdaderos arquetipos de una fisonomía síquica
inolvidable. Varias decenas de personajes se mueven en la obra y es riquísima
la inventiva del autor para la creación de situaciones memorables, realizadas
con una destreza magistral. Aunque inconclusa es indudablemente una de las
obras maestras de la narrativa hispanoamericana. Para concluir, transcribo unos
apuntes de Espínola sobre el poema conservados entre sus papeles inéditos y que
resultan reveladores acerca de sus modos de elaboración estética: "... la
lengua está manejada para que dé una fulguración nueva en la narrativa
latinoamericana. Esto consigue ser a la vez fiel al arte y fiel a nuestra
psicología en lo que la evidencian nuestras formas de lenguaje. He cuidado de
que las acepciones típicas de los vocablos y de los giros sean los que,
conocidas en mi niñez, continúan vigentes hoy, lo que asegura que no son circunstanciales,
que obedecen a índoles profundas. Cuando la sintaxis se violenta es para
mantener indemnes, así, matices también representativos. Lo fatigoso de
terminarla, lo que necesita meses casi absolutamente dedicados a ella, es la
tremenda atención que exige debido a los múltiples objetivos propuestos. Por un
lado, ineludible libertad creadora; por otra, tremenda obediencia a los modos
de utilizar el lenguaje para sacarle especiales partidos y al deseo de que se
refleje allí todo lo que yo sé de nuestro país. Amén de que el poema tiene que
quedar bien ajustado en todas sus piezas."
5. IDENTIDADES
En los parágrafos anteriores, he destacado los rasgos que
confieren fisonomía y tonalidad propias a los tres círculos señalados en la
creación narrativa espinoliana. Es necesario ahora señalar cuáles son los
rasgos que unifican los tres círculos y constituyen esa creación narrativa como
un todo. Esos rasgos son varios. Solo destacaré los tres fundamentales.
Intuición vital.
Los tres círculos narrativos espinolianos crecen desde una idéntica intuición
vital. Ella es extraordinariamente honda y compleja y, por consiguiente, tratar
de conceptualizarla en pocas líneas es más que difícil, imposible. Únicamente
señalaré, en consecuencia, algunos de los ingredientes afectivos o emocionales
que constituyen sus raíces. La primera de ellas es el sentimiento de conmovida
solidaridad entrañable con los desamparados sociales y metafísicos, entendiendo
por estos últimos aquellos seres cuya conciencia está como desgarrada por la
tensión de fuerzas conflictuales que los colócan en una situación de intemperie
existencial generadora de angustia, desolación, trágica pugna con su destino;
la segunda raíz se halla en la vivencia de una estremecida piedad, nacida de la
indicada solidaridad con los desposeídos y sufrientes y que comunica a las páginas
espinolianas un acendrado contenido evangélico; la tercera raíz se encuentra en
la convicción emotiva de que no hay seres malos sino seres que contra su
voluntad hacen el mal pero anhelan una vida en la que imperen la bondad y el
amor. Esto determina en los personajes esas ansias de evasión que buscan por
las vías del ensueño y el ensimismamiento.
Intencionalidad
creadora. Esta es, lo mismo que la intuición vital, idéntica en los tres
círculos del mundo narrativo espinoliano. En los tres se propuso y logró
apresar y expresar lo sustancial del hombre, del paisaje y del alma nacionales,
aunque superando el mero pintoresquismo regional. Este logro hace que la
creación narrativa de Espínola se evidencie lo sustancial humano —valga la
expresión de don Antonio Machado- sin descaracterizar la fisonomía del ser
rioplatense.
Composición narrativa.
En los tres círculos narrativos espinolianos se conciban, y es armonización no
fácil de lograr, la más extraordinaria calidez humana con una no menos
extraordinaria lucidez estética. Todos sus textos constituyen sabias lecciones
de composición narrativa. En más de una oportunidad, expresó Espínola que sólo
le interesaban como temas narrativos aquellos que ofrecieran dificultades
técnicas para su realización. Y en verdad, supo vencer siempre magistralmente
esas dificultades. Esa maestría es evidente en todos sus cuentos y lo es
igualmente, en Sombras sobre la tierra,
donde estructura con sentido musical la diversidad de elementos que componen la
novela.
En su póstuma novela Don
Juan, el Zorro, esa sabiduría para la composición narrativa se manifiesta
en forma deslumbrante. El análisis de los procedimientos de composición del
autor de Raza ciega no es posible dentro de los límites de este breve prólogo.
A modo de ejemplificación, haré aquí, tan sólo, algunas
rápidas referencias relacionadas con "El hombre pálido".
Es admirable, en la página inicial del cuento, la destreza
con que el autor visualiza una situación vital mínima y la convierte en narrativamente
significativa. Para lograrlo se vale de dos distintos ingredientes. Unos,
descriptivos, destacan de tal modo que, sin esfuerzo, se fijan en la memoria
del lector: "la cocina negra de humo"; el hombre que desmonta en la
enramada "con el poncho empapado y el sombrero hecho trapo por el
aguacero"; la vieja que interroga "¿Quién es?", pero "sin
dejar de revolver la olla de mazamorra" y, por fin, una descripción
indirecta: la altura del hombre evidenciada por el acto de agacharse para
trasponer la puerta. Los otros son más sutiles y pueden, incluso, pasar
desapercibidos claramente hasta que, concluida la lectura del cuento, adquieren
significación. Son pequeños detalles que actúan como mojones narrativos que van
señalando hacia donde se encamina la acción: Carmen y Elvira están solas, condición
indispensable para que el hombre pálido pueda realizar la acción que se
propone; el perro que "ladra hacia el camino", indicando que quien
llega es un forastero totalmente desconocido y el "quedó expectante",
mediante el cual se insinúa la situación interior de Elvira. Este pasaje es
revelador de la destreza narrativa del autor y no menos lo es el que, un poco
más adelante, muestra las reacciones del hombre pálido ante Elvira. Allí logra,
también admirablemente, hacer sentir "la realidad" de las vivencias delicadas,
complejas y de entonación casi lírica que, a pesar de su primitivismo,
experimenta el personaje cuando, embebecido en la contemplación, recorre
"con la vista al cuerpo tentador de la muchacha." Y logra ese efecto
visualizando, a través de la descripción de la muchacha, las sensaciones que
ella podría despertar genéricamente en cualquier hombre que la contemplara. Así
queda explícitamente destacado ya en el comienzo del pasaje: " ¡Oh, si , había
que cansar muchos caballos para encontrar otra tan linda," y hacia el
final cuando expresa: "porque si bien el cuerpo tentaba el deseo del
animal, los ojos grandes y negros eran de un mirar tan dulce, tal leal, tan
tristón, que tenían a raya el apetito, y ponían como alitas de ángel a las
malas pasiones..."
6. UN RECUERDO PERSONAL
Las páginas que anteceden constituyen tan sólo el esquema de
un posible estudio sobre la creación narrativa de Francisco Espínola y
solamente esbozan, por lo tanto, algunas ideas que tal estudio debería profundizar
mediante detenidos análisis. Cumplido este propósito, deseo cerrar estos
apuntes con un recuerdo personal. Mi conocimiento de la obra narrativa de
Francisco Espínola se remonta a los años de mi adolescencia cuando cursaba, en
el Liceo José Enrique Rodó, estudios secundarios. Conocí los cuentos de Raza ciega a través del portero del
Liceo, Pereira, que me prestó el libro. La impresión que me produjo la lectura
fue imborrable. Fue como tocar con la mano el latido de una vida ajena.
Descubrí en los cuentos de Raza ciega algunas fibras, para mí desconocidas, del
corazón nacional. Y lo mismo me ocurrió con la inmediata lectura de Sombras
sobre la tierra, realizada en el viejo local de la Biblioteca Nacional, ubicada
en aquel entonces en la Facultad de Derecho. No puedo tampoco olvidar mi
ingenua admiración juvenil cuando, después, veía, aquí o allá, la inconfudible
figura del Paco Espínola de aquellos años: traje siempre negro, cuello palomita
y corbata de moña, el negro cabello como tirando hacia atrás la amplia frente,
bajo la cual los redondos anteojos de carey encerraban unos ojos que al mismo
tiempo parecían ocultarse y escrutar. Años más tarde, me ligó al escritor una
inolvidable amistad personal. Conservo el recuerdo de muchas conversaciones
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